Alan R. Ramírez
Hace mucho, quizás hoy, alguien me preguntó: “¿Por qué sigues amando de esa manera, es acaso que no te das cuenta del daño que te hace?
Guardé un poco de silencio, amartillé las palabras y ensalivando la boca le respondí lo siguiente:
“Amar es una elección; no conozco a nadie que ame contra su voluntad. No confundas amar con depender; no confundas amar con reciprocidad; no se te ocurra jamás relacionar al amor con la felicidad. Yo he decidido amarla y, por si fuera poco, en que cantidad, peso o volumen hacerlo.
Bajo el manto del llanto me acobijo; es cierto, a nadie se lo puedo ocultar. Finas agujas se sumergen como agua en mis pies. La glóbulos rojos y blancos huyen a todo galope por mis rodillas, mientras éstas besan el polvo; polvo hecho de piel, piel de personas, personas que cambian su apariencia como boas.
Amo a quien deseo amar y no pido nada a cambio. En cambio pido que me dejen amar, pues no existe mayor daño que el fracturar lo único que se posee: la amada libertad”.
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