martes, 16 de noviembre de 2010

Yuhumke

Yuhumke

Alan R. Ramírez


Hacía años que Yuhumke dormía con el televisor prendido. Incluso despertó en él la virtud de economizar en los gastos escolares, a fin de poder pagar a sus hermanos para que lo dejaran estar en su cama. Pero apenas lo sorprendía su padre, era reprendido o humillado; haciéndole saber que sólo los maricas duermen juntos.


Su abuela era la única que intuía que algo malo le pasaba a su nieto de diez años. Le veía siempre solo. Su miedo era exteriorizado en sus negras ojeras, en su esquelético cuerpo y boca seca y cuarteada. Los niños de su edad lo rechazaban, lo percibían como algo maligno y de quien se tenía que huir. Hasta su propia madre sentía escalofríos al verlo merodear por la casa con su lámpara de baterías. Así fue como todos dejaron de prestarle atención, le comparaban con un objeto más del entorno en el que se encontraba. Sólo la abuela, quien compartía la misma segregación por la sociedad lo entendía o lo intentaba entender.


Yuhumke fue elegido por Nalhá, el demonio encargado de guiar las almas que adeudaban favores a Braxos.

-Yuhumke- le decía desde la oscuridad. –Ven conmigo. Yuhumke. Ven hijo. ¡Ven!


Él, en cambio, se escondía entre los cobertores. Hacía pequeñas bolitas de papel y las introducía en sus oídos. Murmuraba para crear un propio ruido interno que, junto al susurro del televisor, opacara el bufeo de Nalhá.


La primera vez que lo vio, fue porque pensó que era una broma de sus hermanos. Saltó de la cama y se dirigió al lecho del que brotaba la agria respiración. Justo detrás del closet, entre los abrigos. Sacó su lámpara y como revolver jaló el gatillo disparando la luz. Medía a lo mucho metro y medio; sus largos brazos lo hacían encorvarse, como jorobado; de piel roja, o negra, o mezcla de rojo y negro; su cara era hermosa, labios carnosos y nariz delicada; sólo los ojos desentonaban, eran como dos carbones al rojo vivo. Yuhumke cayó al suelo y quedó por un momento petrificado. Veía como Nalhá se aproximaba a él y le extendía su mano con dedos de tarántula. Mas al momento de tocar el rostro de Yuhumke, éste salió disparado al cuarto de sus padres. Le explicó todo. Los guió hasta el lugar… pero nada… se había ido. Volvió a llevar varias veces a sus padres, después a sus hermanos, hasta que la familia por completo lo tomó como un niño con amplia imaginación.


Desde entonces él se hizo cargo del asunto. Debajo de su cama montó imágenes de Cristo; que adquiría en la iglesia. En una ocasión logró comprar agua vendita, misma que roció por todo el closet. Pero nada cambiaba, peor aún: Nalhá comenzó a rasgar la madera del closet o gruñir. Yuhumke optó por dejar la luz del cuarto prendida. Sólo así lograba dormir un poco, pero pasado un tiempo el ruido lo despertaba y se daba cuenta que la luz y el televisor estaban apagados. No sabía como Nalhá lograba eso, hasta que descubrió que no era él sino su padre, quien, al ir al baño, pasaba con Yuhumke y apagaba todo mientras el dormía. Resignado, no le quedó otra masque dormir enconchado debajo del cobertor.


Justo cuando comenzó la costumbre, las cosas empeoraron. Yuhumke no sólo era llamado desde la oscuridad, sino que Nalhá, en su furia, le movía la cama; o hacía cualquier maldad que se le ocurriese.


La última noche Nalhá sobrepasó la raya, pues no soportaba la indiferencia del niño.


-Yuhumke, Yuhumke- con rasposa voz le decía –Ven. Te daré inmortalidad y juntos danzaremos para alegrar el corazón de Braxos- le jalaba la sábana –Te digo que vengas- y por último le quitó por completo la cobija- Yuhumke, Yuhumke.


Pero Yuhumke permanecía como roca. Podía sentir la mano de Nalhá acariciando su pierna y, sin embargo, no movía un solo miembro de su cuerpo. En ese momento deseaba correr, volar o desaparecerse; gritar tan fuerte como su pequeña garganta se lo permitiera o morir. Pero ocurrió todo lo contrario.


-¿Por qué no me dejas Nalhá?- dijo murmurando, sin abrir los ojos o descongelar su cuerpo.

-Yuhumke- Respondía con la misma voz rasposa –Te elegí a ti porque tu alma es pura. Ven conmigo. Braxos te recibirá con alegría. Te regalaré almas, para que te sigan como perro. Yuhumke. Ven.

-¡No quiero!

-No tengas miedo.

Yuhumke sabía que jamás lo dejaría. Que no importaba cuantas suplicas realizara, siempre lo buscaría. Así que tomó la decisión.

Nadie hubiera sabido de su ausencia, sino era por su abuela. Ella fue quien dio la noticia de que Yuhumke no estaba. La búsqueda fue silenciosa, la casa se inspeccionó minuciosamente; después escandalosa, gritaban su nombre por las calles e incluso pegaron carteles con su foto. Pasó un mes, luego tres y por fin el año. Hasta que fue olvidado.

Me han dicho que Yuhumke se convirtió en demonio, y que hace favores a cambio de una vida. Si deseas, por ejemplo, que tu amada regrese a tus brazos, tan sólo prende una vela. Rocía la cera caliente en el piso, formando una B (de Braxos) y una “Y” (de Yuhumke) y canta lo siguiente:


Yuhumke, hijo de Nalhá, te llamo
Siervo de Braxos, te llamo
Yuhumke ayúdame
Yuhumke el desamparado vuelto príncipe
Ayúdame
Yuhumke el que ahora vive en las tinieblas
te necesito
Yuhumke, Yuhumke…

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