viernes, 11 de marzo de 2011

ÉTICA Y FACEBOOK

Alan R. Ramírez



No sé cuál es "la verdadera" función de Facebook o, si es el caso, la utilidad que le dan las personas. Con ello no quiero adjudicarme la máxima socrática: yo sólo sé que no sé nada. Por el contrarío, vislumbro a Facebook como una herramienta de comunicación que inyecta anabólicos a nuestro espíritu narcisista; y, además, la correspondencia con más eficacia en la historia del hombre. De tal forma que, por donde se mire, es “algo” que afecta a una sociedad o conjunto de animales racionales y razonables. Si aceptamos lo antes dicho, valdría la pena preguntarnos: ¿es necesario un código (o tabla de valores) ético en nuestra sociedad virtual? Evidentemente que sí.

Debemos pensar en la otredad, como pieza fundamental en la ÉTICA DE LA SOCIEDAD VIRTUAL.

Otredad tiene que ver (y creo que así lo quiso dar a entender Octavio Paz) con afirmar nuestra existencia en el otro; a la mierda el solipsismo y el “pienso, luego existo” occidental. ¿Cómo reconocer al otro a través del Facebook? Vale la pena la pregunta, pues Facebook puede, o tiene la capacidad de EGOcentralizar al individuo y hacerlo decir: “hablen, escriban o comenten sobre mí (mi vida, mi mundo, mi realidad, mi, mi, mi)”; cosa nada mala, lo malo está en la utilización del otro para la autosatisfacción (no hay reciprocidad ni reconocimiento del “otro”, pese a que se deban al “otro”). Y, cabe advertir, no hablo solo de las figuras públicas, sino de cualquier persona con la capacidad de acceder a Facebook.

Muchos piensan que -su cuenta personal de Facebook- es como su casa; es decir, una propiedad privada. “Lo que haga y deshaga dentro de mi propiedad, es solamente mi problema” (ojo, analicen el “mi”). Podrá alguien argumentar que es cosa del creador, a lo que contesto: no pensemos en Fecebook como alguien que está haciendo dinero, sino como un lugar en el que estamos relacionándonos (no hablaré, por consiguiente, sobre el contrato que aceptamos al crear nuestra cuenta o propiedad privada). Siempre que exista una sociedad, lo que hagan o dejen de hacer las partes se verá reflejada en la misma. Hay que pensar en el otro. Hay que ponernos en los calzones del otro. Veamos que pasa cuando no aplicamos este principio:

Una de las herramientas más utilizadas en Facebook es el ícono “me gusta”; con el que, evidentemente, quieres mostrar tu aprobación, interés, agrado o placer por algo en particular. Pongamos un ejemplo concreto:

Che Guevara publica en su muro: “ [Fidel], las palabras no pueden expresar lo que yo quisiera”. A Obama le agrada el comentario y utiliza la herramienta “me gusta” para dos cosas: Quiere mostrarle a la comunidad que lea lo publicado por el Che, lo mucho que le agradó y, dos, enterarse de lo que la comunidad escribirá al respecto (pues al utilizar esa herramienta, le llegarán notificaciones a su correo). Resulta que pasadas tres horas, Obama ve 33 correos que dicen, individualmente, Calderón (y Evo Morales) comentó el estado de Che Guevara. Desde luego que Obama se interesa y va directamente a ver los comentarios. Pero resulta que Calderón y Evo Morales no dicen nada respecto al estado del Che Guevara, sino que se la pasan hablando de cosas mezquinas. El afroamericano no sólo se decepciona, sino que pierde tiempo en leer las idioteces de estos dos personajes y, además, en eliminar los 33 correos que le llegaron. Es evidente que Calderon y Evo Morales no se pusieron en el lugar de Obama y de todos aquellos que querían darle continuidad al estado del guerrillero; peor aún, les importó una mierda lo que el propio autor publicó.
Caldero y Evo Morales debieron, por nuestro primer principio, crear otra conversación que no afectara a la sociedad virtual; es decir, buscar los medios que propicien su debate o, como es el caso de nuestro ejemplo, apropiarse de un lugar en donde hubiesen mantenido su conversación.

Otro ejemplo es el etiquetar fotos: ¿nos ponemos en el lugar del otro? Muchas veces se etiquetan propagandas, fotos de fiestas, etc., etc., ello puede no molestarnos (pese a que no se preguntó el etiquetador si era de interés para el etiquetado). Sin embargo, en ciertas ocasiones la etiqueta es totalmente irrelevante (como poner la concha de su madre) y, no obstante, tienes que chingarte todas las notificaciones que te llegaron al respecto (sobre la pinche concha de su madre). Y no me vengan con chingaderas de: “deshabilita las notificaciones”, porque... bueno, es evidente que ya lo dije: otredad.

Pero bueno querido lector, si es que existió tal. Es tarde. No se deben tomar tan enserio mis palabras, no obstante es menester cuestionarnos sobre la necesidad de una “ética de la sociedad virtual”. Aunque sea por negocio: ¿se imaginan un buen libro al respecto? Yo lo compraría jaja y no dudo que ya exista. Me voy.

A una hora de escribir mis pendejadas.

BYE.

Parte que eliminé: El gran problema que se nos presenta al simbolizar a las personas con fotos y palabras, es pensarlas como fotos y palabras que elogian o se dejan elogiar; que nos leen y nos dejan leer; que nos aman y nos dejan amar; que nos etceterean y nos dejan etceterear. Pensarlas como fotos y palabras.

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