jueves, 10 de diciembre de 2009

Auténtica Soberanía: el patriarcado y la mujer socialista

Auténtica Soberanía: el patriarcado y la mujer socialista.
(parte 1)
Alan R. Ramírez

Esta introducción es fuera de serie, extraña, sin preguntas a resolver. Es evidenciar algo trillado por féminas y féminos, machos y manchadas. En concreto, intentaremos exponer que: para hablar de soberanía auténtica frente al orden social, tendríamos que esclarecer la soberanía auténtica entre mujeres y hombres. Seré aún más concreto: si Bataille dice que la fuente y la esencia de nuestra riqueza se encuentra en la radiación del sol, la cual dispersa energía —riqueza— sin contrapartida, pues nosotros diremos que la fuente y esencia del sistema patriarcal encuentra su alimentación en la mujer, el sol da sin recibir (La Parte Maldita, p.64). Podrán argumentar que hoy pinta diferente el patriarcado, sin embrago no ha de importar; intentaremos llegar a una nueva modernidad Bataillediana.
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Es característico de una sociedad forjar roles y papeles de acuerdo a las funciones esperadas para cada sexo. Roles que evolucionan de manera constructivista o, en gran parte de Latinoamérica, se congelan y en el peor de los casos –como es el femenino- retroceden. La mujer tiene, en su mayoría, la obligación de cumplir los esquemas preestablecidos: “…están hechas para mantener oculta su vida. Fuera del hogar y del matrimonio, no hay salvación” (A History of Private Life, Riddles of Identity in Modern Times. Dir Philipe Ariés y Georges Duby). Quién sino la presión social y familiar es la que mantiene a la mujer en ese papel tradicional de pasividad, exclusión y sumisión. El hombre de religión ortodoxa judía tiene que recitar cada mañana, entre muchas oraciones, la siguiente: “Bendito eres Tú Adonai, Dios nuestro Rey del universo que no me hiciste mujer”; mientras que ellas se resignan diciendo: “Bendito eres Tú Adonai, Dios nuestro Rey del universo que me hiciste a Tu voluntad”.

Kate Millet (en su obra Política Sexual) expone: “Lo que llamamos conducta sexual es el fruto de un aprendizaje que comienza con la temprana socialización del individuo y queda reforzado por las experiencias del adulto”. El patriarcado, y las normas impuestas por el sistema patriarcal, es quien establece el papel de los sexos, pues según esta doctrina, desde el nacimiento se predispone el rol de sumisión en la mujer. En su gran mayoría y por muchos años, las culturas occidentales establecieron este sistema patriarcal (político-jurídico), en donde los derechos y bienes dependen del hombre que ocupa la posición de padre fundador. Incluso Engels pensaba que el advenimiento del patriarcado, constituía la gran derrota del sexo femenino, soslaya además que “el primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino". ("El origen de la familia, la propiedad y el Estado", escrito en 1824,). De ahí la inmortalización del apellido paterno; quizás esté entrelazado con la idea de Foucault: la historia es un continuo de prácticas represivas realizadas a través de instituciones creadas por el poder para controlar y dirigir la sociedad.

La modernidad ha suavizado estos protocolos, haciéndolos más sofisticados; sin embargo sigue existiendo aquel viejo desprecio discriminatorio y de inutilidad para la mujer.

¿Quién puede decir que las mujeres musulmanas no sufrieron ataques violentos a partir del 11 de septiembre a las torres gemelas? En un comunicado Radwa Rabie, de nacionalidad egipcia, expuso el incremento discriminatorio en espacios públicos en los Estados Unidos e incluso partes de Europa, a mujeres musulmanas. Un factor muy importante que propaga como epidemia la discriminación, aunque de forma muy subliminal, es el poder mediático: “al acrecentar o disminuir la manera de entender y tomar partido en conflictos internacionales” (I. Barrañon Rivera “Medios: Ética y poder” UNAM 2007). El pueblo norteamericano fue víctima de esta creación de imágenes o esteriotipo que, en uno u otro sentido, incluso generaron odio y aversión. Sin embargo, “Las verdades no valen por sí mismas, necesitan un poder que las sostenga. El poder de la verdad no es una metáfora. Únicamente se aceptan como verdaderas las proposiciones que obtienen poder de las prácticas sociales” (Esther Díaz, La sexualidad y el poder, Almagesto/Rescate, Buenos Aires 1993)”.

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