sábado, 2 de enero de 2010

EL ETERNO MARIDO Y LOS CÓDIGOS DE LA FIDELIDAD (primera parte)

Alan R. Ramírez
Sobre el origen de la fidelidad.


¿Existe la fidelidad? Por lo general, dicha pregunta se despliega cuando comprendemos que no somos andrógenos; es decir que nuestros órganos vitales no necesitan otro cuerpo para subsistir. Nace, en otras palabras, cuando vislumbramos la soledad física. El niño llora si su madre no está a su lado. Los presos, sin compañeros con quien platicar, caen abatidos y, al igual que el perro olvidado en la azotea del hogar, lentamente son conducidos “a la desintegración mental” [1]. Ahora, y de igual forma, se encuentra la soledad moral; aun estando físicamente interrelacionado con otros, nos encontramos en un aislamiento total. Comúnmente vemos casos ideológicos, donde somos rechazados por tener posturas o, en otro plano, un carácter específico. La fidelidad entre los individuos, como veremos más adelante, ayuda a no transgredir los límites de la soledad: “Aquel estado de insania expresado por los trastornos esquizofrénicos” [2].
Muchos filósofos juristas exponen que el origen de las sociedades o, quitando la carga conceptual que puede conllevar, la transición del Estado de naturaleza es, en efecto, la mutua cooperación; después vendrían teorías distributivas, civiles, jurídicas y un largo etcétera. Es decir que la unión de los individuos, ese lazo invisible, es el motor de toda civilización.
Ahora bien, no siempre nos preguntamos sobre si existe la fidelidad. Esto se debe a dos cosas: 1) Pareciera ser un pacto tácito; hay un vínculo que nos une, no se puede transgredir esa norma puesto que se vendría abajo los mutuos beneficios. 2) Muchas de nuestras relaciones son una cosificación, pues, si dicha fidelidad es quebrantada, el afectado puede cambiar al infractor por otra pieza o amistad nueva.

El interés por que se nos deposite una fidelidad, en cambio, se encuentra en Eros. Cualquier tipo de Eros, enfermizo o ético, corresponde a una pasión violenta; dado que nuestros fines inmediatos hacia el bien se presentan con más fuerza que los tenues o tranquilos. Nuestra racionalidad nos hace buscar en el interés un medio para salvaguardar lo que, ilusoriamente, Eros nos da: felicidad, reconocimiento y un sentido a la vida. Necesitamos que el otro nos reconozca, al menos, como seres vivientes y pensantes, pues se construye, a partir de éste, la forma en que nos desenvolvemos hasta llegar a la muerte. Dicho Eros se puede encontrar en el trabajo, religión, sexual, fraternal, etcétera. Es menester apuntar, por decirlo vagamente, que la parsimonia y trascendencia de la vida social de los individuos se debe al amor; pues de no ser así, caeríamos inmersos en las turbulentas aguas de la soledad, conduciéndonos a la destrucción. ¿Quién puede decir que, en realidad, es un lobo estepario? Es posible que se me refute con la misma concepción del anacoreta, quien está convencido de que el proceso de pensar se encuentra en la soledad; al respecto, Nietzsche, en uno de sus grandes aforismos, dice:
“Para vivir solo hace falta ser un animal o un dios, dice Aristóteles. Falta una tercera condición: hay que ser ambas cosas, es decir, un filósofo...” [3].
Sin embargo, en la vida común y ordinaria, la soledad está ligada a experiencias dolorosas y atemorizantes, así como: ansiedad, depresión o, en el mejor de los casos, aburrimiento.
Regresando a Eros. ¿Qué Robinson Crusoe no tiene un “Viernes” para darle un sentido, saber que hay o existe algo que presencie nuestras andanzas, esperanzas, fracasos y, de nuevo, un largo etcétera?
“Alcanzar lo inalcanzable. No ser uno sino dos. Dos que son uno, que se complementan o se destruyen, que se buscan o se evitan, que se aman o se odian”. [4]
En el amor recíproco de la madre al hijo, el último debe percibir una fidelidad; para dejar el temor a un lado y despertar sus cualidades sensibles que lo llevarán a desarrollarse socialmente con sus semejantes. Por el contrario al amor condicionado del padre, donde debemos afianzar la fidelidad de éste para poder despertar la destreza con la que solucionaremos nuestros conflictos. He aquí nuestras primeras percepciones de fidelidad o lealtad.

Pareciera cosa fácil: supondríamos que es menester desarrollar herramientas o medios para persuadir a las personas de que siendo fieles encontraran un beneficio; cuales quiera que sea. Sin embargo, los problemas comienzan cuando dicha fidelidad, con la que podremos desprendernos del temor a la soledad, se ve truncada por los intereses de nuestro amado.
Dado que tendemos a pensar que la infidelidad es puramente sexual, y aunque de eso nos encargaremos a todo lo ancho, debemos aclarar, y como lo hemos venido diciendo, que si el conjunto de códigos, estipulados por dos o más entes racionales, se llega a quebrantar implicará un acto desleal o una infidelidad; ya que desde el principio, y por voluntad, se pacta dicho acuerdo. El fiel católico debe de seguir una serie de lineamientos y evadir pecados para encontrar la eterna salvación y, de esa manera, poder entrar al paraíso; su infidelidad lo llevará a perder sus fines valiosos por los que entregó su lealtad.

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