martes, 5 de enero de 2010

EL ETERNO MARIDO Y LOS CÓDIGOS DE LA FIDELIDAD (Segunda parte)

EL AMANTE EN LA INFIDELIDAD
Alan R. Ramírez


Bajo la sencillez y complejidad de la eticidad, se entiende por humano al ente que es capas de despertar: “Eros, Logos e Imaginación”. Pero, y en cuanto al primero, creemos que debe ser simbólico. Es decir que el amor es para una sola persona, manteniendo cierta indiferencia por los demás: “Como no comprenden que el amor es una actividad, un poder del alma, creen que lo único necesario es encontrar un objeto adecuado” [5]. Se piensa que con dicho objeto, principalmente en el acto sexual, podrán superar el problema de la “separatividad”. Crean este lazo para unirse al mismo tiempo que, y no es que el amor sea ciego, se genera un velo ilusorio. Al darse cuenta de este velo, avergonzados y furiosos, vislumbran que están más separados que en un principio.

Ahora bien. Los individuos que se unen para evadir la soledad y encontrar el reconocimiento, han de crear ciertos códigos, o decálogos, de lo que, a su poco o mucho entendimiento, es una perfecta relación. Éstos serán más rígidos en cuanto que la pasión sea más violenta; e, incluso, puede avivar a Eros. Una ley puede ser, claramente visible en la modernidad, la preferencia de uno sobre el otro ante cualquier circunstancia: “si prefieres a tu familia, pues no me necesitas… si me prefieres a mí, seguiremos juntos”.
Los candidatos, para evadir nuestro problema de separatidad, deben tener requisitos; evaluados únicamente por el amado. Lo que se busca es un ideal. No debe importarnos las teorías de elección o el por qué, lo imprescindible es que lo que deseamos es lo más próximo a nuestro ideal; aunque, con el tiempo, sea necesario moldearlo al punto de tener dicho perfección. Por ejemplo: nos gustan mujeres (o hombres) esculturalmente estéticas, aún siendo efímero, el amado hará que se afiance la disciplina por el ejercicio físico. Este ejemplo es muy común en nuestros días. Se busca el símbolo; mientras las cualidades, condiciones y facultades psíquicas son ignoradas. Para estas personas no importa Eros, sino que alguien o algo puedan ayudarlos a evadir la separatividad y la reconozca.
Veo, hasta el momento, los puntos específicos para poder hondar en el tema de la infidelidad. Aclaremos que amante no lo entendemos como la relación amorosa entre dos personas (amado-amante) a quien comúnmente denominamos novio(a). Utilizaremos la palabra amante, tal y como los mexicanos la entendemos: el Sancho, la Otra, Lechero o Amiga con derechos. Éste último parece ser un término demasiado cínico.
Existen distintos tipos de amantes, a quienes he reflexionado y, dándome el lujo, he nombrado según mi criterio*. Me encargaré de mencionar al menos tres, siendo el último quien me importa.

El amante Narciso: Cree que tener demasiadas parejas refleja superioridad, lo exalta; valiéndose de todo cuanto pueda utilizar para romper la fidelidad de las parejas. Su mayor excitación es el poder decir: “Eres inferior a ‘mí’, porque ‘yo’ poseo a tu mujer”. Sus relaciones, con mujeres comprometidas, suelen ser cortas: son cazadores, cuyo fin es únicamente tener a su presa disecada. Su obsesión impide su descanso; pueden ser rechazados cien veces y aún así seguir intentando. Dicho de paso, detestan el “No” y encuentran placentero el “Sí”. Es común localizar en ellos, y más si el amante narcisista es de escasos recursos, un enorme falo; pues éste es el origen y motor de su poderosa autoestima.

El amante Incógnito (aunque su anonimato despierte cierta curiosidad y un aire novelesco, es más triste de lo que parece): Se trata de un individuo frustrado por un viejo amor. Desde el momento en que fue rechazado (por el objeto a quien intentó amar), y dependiendo la violencia de su pasión, puede convertirse en un Amante Incógnito. Suelen carecer de autoestima, tímidos o con poca destreza para sociabilizar. Este tipo de amante se caracteriza, además, por una neurosis obsesiva. Al ser rechazados, realizan una eterna búsqueda por encontrar lo más parecido al amor primario, por el cual, valga la repetición, a caído en dicha penumbra. Hay dos caminos para llegar a ocupar, o no, el puesto de amante: 1) que dado el destino, vuelva a tener la oportunidad de manifestar su amor; pese que la amada tenga pareja, intentará valerse de todas las artimañas que ha recolectado. Ante sus ojos el fin justificará cualquier medio empleado; es decir, no le importa el daño que pueda ocasionar. 2) pueden esperar, que es lo más común (dada su falta de autoestima), a que su amada rompa la relación que lleva; es, en este caso, un gato que espera sigiloso a ser la pareja y no el “fusil de reemplazo”.

En tercer lugar tenemos a Alejo Ivanovitch Veltchaninov, o el “Amante equis”. Dostoiewsky, en la novela “El eterno marido”, utiliza al “amante equis” como personaje principal, al lado de su antagónico “Pavel Pavlovitch”; de quien hablaremos más adelante. Es, de entre todos los amantes, el más común; pues nadie está libre de pertenecer a este género. No existe un perfil, y si existiera sería muy amplio. Veltchaninov, por ejemplo, es una persona a quien bien podríamos llamar “normal” o “común”: tiene una identidad, carácter; posee herramientas para desenvolverse en la mayoría de los núcleos sociales.
Dostoiewsky deja ver que la línea, entre el ser o no amante, muy estrecha. Bastaría con que: a) el individuo no pertenezca o tenga códigos (dados a parir de la relación con su pareja) 2) en caso de tenerlo, ser indiferente a éste ó 3) ser seducido, bajo el velo de la ilusión, a realizar tal acción.
La enorme mayoría, como es el caso de Veltchaninov, tiene la capacidad de crear su propio código amoroso. No es de extrañarse, pues como hemos comentado, es la eterna búsqueda del hombre para encontrar su felicidad. Es por ello que solemos caer bajo seducciones o atracciones simbólicas, entre sujeto-objeto, con una infinidad de mujeres (u hombres). “Luchar contra el deseo que nos produce otro es como hacerlo contra la ley de la gravedad. Pero de ahí a intentar algún tipo de acto impropio con el otro, hay un abismo”[6]. Algunos prospectos suelen estar bajo ciertos códigos o bajo una pasión violenta: es aquí que nuestra moral interviene, inhibe los deseos de posesión. Aparentemente hay barreras, e incluso existen leyes civiles o religiosas que fortalecen tal barrera.

Lo espontáneo, producto de pasiones incontroladas y ciegas, no convierten al individuo en amante; es hasta que toma conciencia de sus actos que puede serlo. Tal premisa puede causar el mismo dilema de Heráclito sobre el árbol que cae; sin embrago, pese a cualquier antagonismo: yo no puedo ser amante, si no conozco los códigos de la persona a la que estoy acortejando.
Hay una pregunta que el amante Veltchaninov no puedo contestar sobre Natalia (la esposa de su amigo Pavel Pavlovitch):

¿No recuerda usted que empezaba a perder la paciencia, cuando entró Natalia Vasilievna y que a los diez minutos era usted ya nuestro mejor amigo, y cómo continuó usted siéndolo durante todo un año? [7]

El motor, o la perdurabilidad, radica en la esperanza de que, tarde o temprano, su objeto rompa los códigos que lo atan, para hacer nuevos a su lado. La esperanza surge de la atracción sexual, quien ha hecho pensar al “amado equis” que existe una unión; aunque no sea masque una ilusión.

Los finales que puede esperar el “amado equis” son: 1) que su objeto-amoroso rompa sus códigos establecidos, para formar los propios. He aquí el surgimiento de la desconfianza pues ¿cómo sería posible cimentar los códigos con una persona que, pese a todo convencimiento, rompió los anteriores? A menos que su antigua relación haya sido lo suficientemente destructiva para devastar tales complejos; sin embargo, cuando pasen los mismos momentos, regresará la confianza: ambos saben que en la infidelidad hay una salida al desastre. 2) Que el amado no rompa sus códigos con su pareja, y termine por desechar al amante. Si Eros fue tenue, no habrán agravios, incluso puede prevalecer como un recuerdo placentero. Mas si el Eros es violento, por el contrario, quien fuese rechazado caerá en una profunda melancolía que, por lo regular, superará, como Ficción decía, con nuevas experiencias meramente sexuales. Aunque en primera instancia caiga en una neurosis posesiva:

“A tal punto perdió la cabeza, que llegó a proponer a Natalia Vasilievna huir con ella y marcharse a vivir al extranjero. Se necesitó toda la resistencia tenaz y burlona de aquella mujer […] para obligarlo a marchar solo.” [8]

Para Dostoiewsky, en primera instancia lo que se experimenta es una especie de “atonía”. Cosa que le impide la fijación de cualquier mujer. Bajo un proceso, parecido al que utiliza Nietzsche con Breaur en la novela “El día que Nietzsche lloró”, propone salir de este estado creando objetos detestables (sobre el amado) para romper, en un proceso psico, dichas ataduras que mantienen su miserable existencia:

“…bien sabia él, que si volviese de nuevo caería irremisiblemente bajo el influjo dominador de aquella. […] comenzó a acordarse de ella con antipatía […] todos los recuerdos de aquella pasión no le inspiraban ya más que repugnancia, enrojecía de vergüenza cada vez que pensaba en ello. Sin embargo, poco a poco, recobró cierto sosiego.” [9]

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