lunes, 15 de febrero de 2010

EL HORMIGA

(La Religión de los Dioses)
Alan R. Ramírez

Nunca existirá un hombre tan creyente como la “Hormiga Atómica”; la única persona que no podía ser aniquilado por un pesticida y el símbolo patrio de nuestra colonia. En mi niñez, la hormiga, era el “Boggie Man” versión pirata: bastaba que mamá mencionara su apodo para que hiciera mi tarea y las labores domésticas necesarias. Era tan grande el temor que le tenía a la Hormiga que incluso logró que agachara la cabeza cuando se cruzaban, por contingencia, nuestros caminos. Poseía una peculiar mirada: rencor y odio; profundidad y esoterismo. Se le conseguía ver todas las tardes en las “Delicias” –pulquería de mi barrio y en donde yo pasé mis primeras borracheras. Custodiaba la puerta del lugar. A veces lo dejaban hacer la limpieza de aquella taberna por unos cuantos vasos de cañita y, si bien le iba, hasta mezcalito.

Cuando cumplí los dieciocho años papá me llevó por vez primera a las “Delicias”; pensaba que un hombre debía tomar su primera cerveza entre hombres. Como recuerdo ese día. Me sentó a su lado y comenzó a platicarme de las responsabilidades que debía tener ahora que era un adulto. Mientras bebía su cerveza me indicaba lo bien que debía portarme, que Dios me observaba ¿se imaginan? Así era el viejo. Entre aquellos consejos una voz tan calida como aguardentosa dijo: “¿Qué Dios nos observa? ¿Qué sabéis tú, ingenuo, de eso?”. Volteé de forma estrepitosa, jamás había visto a un ser en el planeta que desafiara a mi padre, era el Hormiga. Papá le mentó la madre, y siguió con su charla. Fue el primer acercamiento hacia ese hombre de abundante barba, de unos 35 años y nauseabundo olor.

Después de un tiempo “Las Delicias” se convirtió en mi segundo hogar. El alcohol me daba una vida llena de absurdas y enloquecidas experiencias; aprendí, por ejemplo, que las más cachondas en la cama son las gordas, ó que hay que poner la cabeza justo en medio de las piernas para no vomitar sobre la camisa. En cuanto a mis aventuras se encuentra el día que besé a las tres hijas del dueño. Sin embargo nada se le comparó a las enseñanzas que recibí del Hormiga. ¿Qué cómo consiguió un teporocihin cualquiera llegar a entablar plática conmigo? Seguramente todo comenzó en una infecunda peda -de esas donde ni las moscas desean embragarse de su podrido néctar- sólo la callada y pensativa Hormiga. Pinche vago, a nadie le hablaba, por una extraña razón se identificó conmigo, al menos eso decía. Cuál sea el pedo descubrí mucho de su pasado. Nació en Madrid, España ¿Cómo fue qué llego a México? Según él, venía en busca de un tal “Villoro” y sepa la chingada que más. Lo cierto es que era, y con el tiempo descubrí que “es”, una persona muy lucida.

Al principio sólo le daba el avión, esperando que pronto llegara algún amigo. Después comencé a interesarme en las diferentes concepciones que tenía de la vida, de la libertad, del tiempo; decía, por ejemplo, que el amor era lo que todos buscamos y lo que nos destruye o nos impulsaba a destruir, ó que el hombre necesitaba al hombre para darle un motivo a su existir. Todo era tan loco, tan excitante. Hasta que un día de tantos descubrí que me encantaban sus pláticas, cada palabra era sabia para mis oídos. Sus interesantes temas me exhortaron a llevar una pequeña libreta para escribir lo que decía, pero al tener una pronunciación muy españolada decidí llevar un Ipod; aunque salió lo mismo. Con frecuencia desprecié las suplicas de mis amigos o de mi novia para ir a dar el rol, intentando con ello buscar el momento en el que el Hormiga se encontraba sólo y así seguir con el debate de un día anterior.

Cierto día le pregunte: “¡hey Hormiga! ¿Qué piensas de Dios?”

-¿Dios? ¿Acaso no sabéis que sois vos un Dios?- negué con la cabeza - Creerlo mi Altísimo Señor; creerlo mi amado, noble e insuperable Dios. Vos habéis logrado que este mundo tenga un sentido. Sin vuestra divina presencia, yo, no estaría bebiendo o platicando con vos y, nada, absolutamente nada existiría.

Sabía que lo que decía era un total disparate, pero algo me incitó a seguir con el juego. Apunté el micrófono de mi aparato hacia él y ataqué con una nueva pregunta: “si yo soy un Dios ¿quién eres tú?

- Sé que vos tenéis la máxima sabiduría, y que con ella te apiadaras de mi insolencia al decir que he de ser vuestro consejero.

-Seguro que estás bromeando Hormiga- prendí un cigarro y continué- suponiendo que fuera un Dios, y que tú eres mi consejero ¿Qué tienes que aconsejarme?- de forma sarcástica dije, más mi sorpresa fue mayor cuando escuche su respuesta.

-Que no existe Magnificencia absoluta que no sea la de vuestra presencia. Por ende vos seréis llamado por todos: Dios.

-¿Quieres decir qué soy el único Dios que existe?

-¡No! hay miles.- Dijo mirándome fijamente a los ojos- Y aquellos que alaben a otro Dios que no sea el que se halla dentro de su ser deberán perecer. El no reconocerte como Dios representa la más alta traición a vuestra Magnificencia.

-Pero hormiga: si todos los seres son Dioses ¿en dónde seremos adorados?

-No existirá un templo para vuestra hermosura; tu reinado se encuentra aquí y ahora. No busquéis la luz en la oscuridad, bastante poseéis con el mundo entero. Respetaras todo lo que habite en tu reinado, ya que vos lo habéis creado a tu semejanza: tan bello, tan perverso. De tal manera que vuestros actos se verán reflejados en este mundo, que es el único. Más cuando te encontréis con algo que atente contra vuestro reinado, será prudente que terminéis con su existencia cuanto antes.

-¿Por qué? ¿Cómo? ¿De dónde sacas que soy un Dios?- mis palabras se devoraban unas a otras, dando un efecto de tartamudez.

-Vos tenéis la absoluta voluntad del poder, del elegir, del comprender el bien y el mal.- Bebió de un golpe la cerveza que le había comprado- Seréis el único que se conoce por dentro y por fuera, con tal perfección que nadie dudará de tu bella sabiduría. Seréis tan brillante, que los brutos salvajes se evaporarán al verte; o se postraran y cegados te llamaran: Nuestro Señor.
Algunos viejos de saliva espesa, que se hallaban a nuestro alrededor, murmuraban, maldecían, o pegaban con fuerza las fichas del Dominó para callar las palabras del hormiga. Yo, sacudido por cada una de sus palabras, le pregunte: “de no creer lo que dices ¿qué pasaría? ¿Cambiaría en algo?”.

-Pensar que vos no sois un Dios sino una simple creación, manifiesta vuestra falta de iniciativa propia, incapacidad de comprender vuestra magnificencia y por lo tanto: “vuestro derecho a perecer”-. Su voz fue agresiva. Le pedí al dueño que nos trajera otra ronda de cervezas y más limones.

-Sería un salvaje, ¿no hormiga?- fui por las cervezas. Antes de que lograra arrimar hacía él un tarro, respondió mi pregunta.

-Sí, y vuestro Salvajismo debe ser exterminado. A ellos se les exhortara a esconderse entre la oscuridad, ya que fueron creado para eso. Cada gota de su miserable sangre habrá de ser utilizada para amamantar a vuestros hijos, de tal manera que gozará ese veneno de aniquilarlos. Nuestra guerra traerá paz, y vuestras tripas desparramadas el nuevo sol.-
Se puso de pie y, dándome por primera vez la mano, dijo: “Es tarde, quizás mañana te explique tu nueva cruz”. Dibujó, con el charco de cerveza que siempre queda en el fondo del baso, un extraño logo y se fue sin mirar atrás. Le pedí al dueño una pluma, fui al baño por un pedazo de la sección amarilla, y traspasé aquel dibujo.

Aquella noche no dejé de pensar en lo que me había dicho el hormiga. Aquél signo debía tener un significado oculto, algo subliminal. Pensé y pensé. Al día siguiente fui a buscarlo, pero nada. Al otro día… nada. Una semana después y nada. Una quincena y, de nuevo, nada. Desesperado comencé a preguntar por él: “Güey, ¿no sabes nada del hormiga?” al dueño de las Delicias, a los cuates del barrio, a la gorda que siempre me acosaba y, otra vez, nada.

Tengo veintiséis años, y cada semana voy a un bar diferente esperando verlo. Ya no es el signo por lo que lo busco, sino que todo Dios debe tener a su consejero.

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