martes, 22 de junio de 2010

QUE LA SÁBANA BLANCA CUBRA SU ROSTRO

CARLOS
(Continuación del relato de Ana).

Alan R. Ramírez

02/07/2008


Me dijo que me amaba, que lo hacía por mi bien. “¿Qué te amaba? No Carlitos, ella siempre te deseo lo peor”. ¡Cállate, largo! Tú nunca aceptaste lo nuestro. “Ahora mismo debe estar besándose con alguien mas”. No, por favor dile que regrese, a ti te escuchará. “No Carlos, ella no regresará”.

Hija de su puta madre. Mátala Carlos, desaparécela de la tierra”. Ésta no se la voy a perdonar. Si ya no me amaba, por qué no me lo dijo… y esa mamada de darnos un tiempo. ¡Ya sé! “No Carlos, eso no te servirá; aunque le llevaras mil rosas ella no regresará.” Debe regresar conmigo, estoy seguro de que sólo es una broma. “¿Debe? debes matarla, que la sábana blanca cubra su rostro”. Sí, tienes razón ¿Cómo se vería un cuchillo en su puerca barriga? “No, no. Piénsalo Carlos, sería mucha sangre, y recuerda que en Coyoacán pasan muchas patrullas”.

No puede ser real, apenas ayer cumplimos tres años. Quizás sea un sueño, sí, eso debe de ser. Vamos Carlos, ella se fue egoístamente, no puedes cambiar eso. Ahora debe pagar el daño; enséñale que tú eres muy diferente a los hombres con los que a fornicado”. Te equivocas, ella me dijo que yo era el primero en su vida. Otra mentira más que te exhorta a detener su reloj”.
Recuerdo el día que por vez primera la miré. Puta biblioteca, cultivo de esperanzas ¿Cuántos son los afortunados de ligar bajo las cobijas manchadas de palabras? Ahí estaba ella, ahí estaba yo, encapsulados en la cámara del silencio. “¿A dónde quieres llegar Carlos?”. Mira, la preparatoria y yo la vimos crecer. “Eso no está en juego”. Era la chica más hermosa, ante ella se arrodillaban todas las princesas, caballeros y escuderos; patentó un nuevo modo de sonreír, de caminar; quizás de llorar. “Una puta”. ¡No! Al contrarío, era un mar de sentimientos en mis entrañas; la chica tierna que suele abrazarte cuando estás destrozado por la familia. “Y la que te dejó por otro”. ¡No! Ella no puede hacer eso. “Revisa tu bolsillo. Vamos. Sí ¿qué más pruebas quieres que el que te haya regresado todas tus cartas?” Pero cómo paso. No recuerdo eso. “¡Claro que no! Yo las recogí después de que te dio una cachetada y las instalé en tu bolsillo mientras, con la mano en la mejilla, te sentabas en el filo de la banqueta.” Hija de su puta madre. Tomaré el arma de papá y haré que ruegue por su vida; detonaré sobre su cráneo todo el cartucho y, viéndola sin rostro, me iré. “Carlos, el ruido de esa arma traerá de inmediato a toda la policía y terminarás siendo una lata de comida para drogadictos”.

Yo la amo, por qué me terminó. “¿Lo olvidaste? Es fácil que te dejen cuando no fuiste programado para el noviazgo, tú naciste para leer”. Pero eso es lo que le gustaba de mí. “Quién te ha engañado. ¿Y por qué no llevaste todos los libros a la fiesta donde te engañó con el fulano aquél?”. Hablas de la foto en donde sale ella abrazado de otro en el espacio de su amiga (en Internet). “Ella se fue a la fiesta y no le importaste. Y no le importaste porque tenía a alguien más que la acompañara. Él tiene carro, dinero, sabe bailar; y tú, tímido lector de mierda”. Pero no salen besándose, quizás sólo eran amigos. “Mi ingenuo Carlos. Se abrazan tiernamente. ¿Por qué te dejo entonces?”. Maldita perra, la mataré cual Jean Baptiste Grenouille, un certero golpe la desnucará. “Carlos, serás al primero que busquen; todos sabrán que fuiste tú”.

¿Qué voy hacer? Ella es mi vida. Estudio para ser el mejor y demostrarle que puedo mantener algún día nuestra familia. Ahora mismo trabajo de repartidor para pagar lo que se le antoje cuando caminamos juntos; me corto el cabello, me rasuro y me lavo la boca con frecuencia, no es que no me guste eso, lo hago para que no le de asco besarme; los pupilentes de aumento cumplen la misma función; la loción, la ropa de moda, los detalles. ¿Qué hice mal para que me cambiara por otro? Vamos, dime cómo acabo con su vida.


“Deja de caminar en círculos. Tranquilízate. Debes entender que no hay peor puta que la que da carisias sin cobrar; por ello no habrá arrepentimiento. ¿Aún tienes las llaves de su departamento?”. Sí, aquí están. Bien. Entrarás en la noche, y sin hacer ruido descolgarás el teléfono. Antes deberás ponerte guantes y amarrar un pedazo de tela cubriendo la planta de tus zapatos. Camina entre la sombra, y respira únicamente con la nariz. Que no aborde a tu cerebro el sentimiento, sólo piensa en el daño que te ha hecho”. Continúa. Sigue. Una de tus manos presionará con fuerzas su boca y la otra se transformará en una tenaza sobre su nariz. Primero pondrá resistencia, pero con el pasar de los segundo su cuerpo quedará inerte, y después de unos minutos sin pulso. Tomarás un cuaderno, el que más use, y tíralo al suelo; no muy lejos de su cama. La tapa de un plumón, que llevaras desde aquí, la atorarás con fuerza en su garganta; con ello, pensarán que fue un accidente. Tendrás que arrastrarla hasta el teléfono, y con su mano toca todo lo que esté alrededor de él; después llévala a la puerta y has lo mismo”. Y ¿adónde dejaré el cadáver? “Justo en frente de la puerta. Pon su dedo índice dentro de su boca, como si hubiese querido provocar el vomito. No olvides dejar prendida la luz de su cuarto y la televisión a un volumen moderado. A la mañana siguiente te dirán de su muerte, lloraras, romperás lo que te rodeé”. Pero, y si saben que me terminó, qué diré. “Les explicarás, entre tu llorar y con voz confusa, que en medio año habían terminado cinco veces, que sólo era una pelea más, que estabas seguro de que todo regresaría a la normalidad al día siguiente”.



Ya estoy preparado. No. Espera. Necesito escribir una carta por si tu plan falla; aguarda en el auto. “Maldita sea, esto no es un juego Carlos. Como quieras”.

02/07/2008 a las 2:34 am
A la puta que amo:

Cómo comenzar la carta que, hasta hoy, es la más triste de mi vida. No es fácil tirar las maletas, ni la brújula que trasportaba mi cuero por febriles y turbios lugares. Duele tanto que, ahora, no sé cómo despedirme: del teléfono, del pensar y fantasear, del no poder mirar atrás; de la hermosa sensación de concebirme amado, del creer ilusamente que estarías siempre a mi lado.
Maldita perra. Te odio, no por lo que me has hecho, sino por lo que me harás hacer. Alguna vez mamá dijo que sería el mejor pianista y por ti dejé las clases, por trabajar para tus gustos. Alguna vez soñé ser el mejor, alguna vez. Puta. Maldita puta. Besar con los ojos cerrados nunca fue lo mío; ya me lo decía Marcos (cuando lograba escaparme a las “Delicias”) no confíes en una mujer que no abraza cuando tienes un dolor de muelas.
Pero te amo. Sé que he escrito más de una carta intentado terminar con punto final; sé eso y muchas cosas más. Por ejemplo: que me espera en mi cuarto la soledad, la duda de pensar si fuiste la indicada y el último cigarro que dentro de un momento se prendera.
Recuerdas nuestro primer beso. Aquél semáforo, tan sistemático, jamás volvió a ser el mismo. Los carros hacían que tu rostro parpadeara y, de repente, como arte de magia, ¡pum!, ahí estás sobre mi nariz. El humo del cigarrillo que se deslizaba sobre nuestros brazos, haciendo parecer que estábamos más cercas del cielo de lo que pensábamos. ¿Lo recuerdas? Mis pies temblando, tu respiración, la canción de pink floyd a lo lejos. ¿Lo recuerdas puta ingrata? Ahora tengo una vida en mis manos, ya lo sabrás.
Es hora de despedirme. Tendría tantas palabras que citar a este festín, pero no vale la pena escribirlas, las putas, siempre serán putas.
Quien alguna vez fue tu Carlos.
P.D. Perdona mi niña; pórtate bien, y, jamás ames más de lo que yo te ame.

“¿Por qué tardas tanto Carlos? No hay tiempo para que tiendas tu cama. Vamos”. Por favor, márchate de este cuarto. “De qué hablas Carlos, ya prendí el carro”. He cambiado los planes, siempre estuviste equivocado. La culpa no es del amor, sino de quien lo alimenta. “Tranquilo, ven a mis brazos y deja esa arma. ¡No! Bájala ahora mismo. ¡Tranquilo Carlos, que yo también muero! ”. Lo sé…

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