lunes, 25 de enero de 2010

¿Por qué nos enamoramos?

Alan R. Ramírez

Partir con una pregunta tan monstruosa, en el sentido de amorfa e indescriptible, pareciera ser una total perdida de tiempo; podríamos decir: “pues nos enamoramos, así, viéndonos, besándonos; mira, tú eras mi media naranja, ¿ves?” Y punto. Pero ¿realmente eso fue lo que pasó? Imaginemos por un momento, que eso es verdad, no sólo en práctica sino además lógicamente. Tendríamos que aceptar como fórmula lo siguiente: dependiendo el número de miradas que demos por día, más los besos que en éstos depositemos, será mayor la posibilidad de encontrar a la tan mencionada “media naranja”. Así de fácil. Fíjate, sin querer, hemos ayudado a miles de desdichados que no encuentran el amor. Supondremos ésto como valido, (descuida) sólo por un momento, para preguntarnos: ¿Por qué cojones buscamos a la media naranja?

Si observamos al hombre podemos darnos cuenta de que es, indiscutiblemente, un animal y como tal busca la supervivencia; aunque de forma diferente. Es él quien sabe que únicamente en sociedad podrá aspirar a satisfacer plenamente sus necesidades. Somos más débiles de lo que pensamos. Entendemos por lo tanto que la necesidad de sobrevivir es la originaria de la sociedad; y ésta, por su naturaleza, crea los primeros Estados de gobiernos, a decir: la familia. Sé que voy muy rápido, no te preocupes, ya lo justificaré. Opinaremos, aunque se que te molestará, a la familia como la búsqueda del hombre por el reconocimiento. Aún no hay “medias naranjas”, en principio todo fue reconocimiento y aunque suene extraño lo sigue siendo. El padre, por supuesto, es el rango más alto al que se puede aspirar. Es, analógicamente, lo que sería para los gorilas un “espalda plateada”; es decir que tiene un rol y éste justifica sus acciones. Yo, como padre, por arriesgar mi vida para la subsistencia de mis protegidos, exijo un reconocimiento y que se me rinda obediencia. Se necesita el reconocimiento para darle un sentido a nuestras vidas. Y añadiendo un factor, a quien muchos filósofos dedican gran parte de sus obras, la propiedad, surge la cadena de reconocimientos: “las jerarquías autoritaristas”. ¿Me expliqué? Descuida, sólo quería situar al “reconocimiento” como pieza fundamental de la sociedad.

¿Te imaginas vivir sin reconocimiento? Para comenzar, nadie te registraría en su cerebro como hija, alumna, pariente, o un ser humano. El hombre (Eros, Razón, Manos e Imaginación), por lo tanto, a lo que más le teme, después de la muerte, es a vivir sin reconocimientos: ser un animal. Después de nacer, vivimos separados de los demás, qué nos une sino el reconocimiento.
Es verdad que eres hija de un profesor, que tienes una madre y una hermana, que estudias Leyes en la UNAM y... ¿Quién lo constata? Quizás, si tengo suerte, se lo acredites a tus allegados; pero olvidamos que ellos, a su vez, requieren también satisfacer esta necesidad. He ahí, aunque de forma inconciente, buscamos a un candidato que constate y reconozca mis acciones, mi vida, mi personalidad. A diferencia de los animales, quienes persiguen la única necesidad de mantener la especie.

Espera, sé que eso no es el amor, sin embargo sí es la causalidad.

Cuando interactuamos con la sociedad, que es vivir en reconocimiento, buscamos ese candidato del que hablamos (de forma inconciente). Y de una forma más secundaria, se encuentran el instinto de reproducción contra nuestra extinción. Pereciera que este instinto es primario pero en el hombre, a diferencia del animal, ésto pasa a segundo grado. No nos interesa que nuestra especie se extinga, sino que nuestro ser, en cuanto a reconocimiento, no desaparezca. Es el círculo. Sin embargo, nadie podrá decir que en la búsqueda de nuestro igual, quien reconocerá las acciones y características, entraran factores deterministas-fisiológicos; como en los animales. Éstos (los animales) saben el momento de su apareamiento por agentes intrínsecos a su naturaleza. Por ejemplo, constantemente los perros hueles el trasero de las hembras y, por medio del olor, saben cuando deben de aparearse. Se encuentran los que, mediante la fuerza o el baile, cortejan a sus parejas; mostrando la protección que pueden brindar, así como los buenos genes que tendrán las crías. Estos factores instintivos son las herramientas que el hombre emplea para la elección de la persona en quien reconocerán como su pareja o su biógrafa.
Cada hombre se basa en distintos métodos para alcanzar la meta: hay quienes prefieren la figura. Un ejemplo sería las personas obsesionadas con buscar parejas con gran busto o caderas enchanzadas, así como hombres musculosos o de aspecto tosco. Lo que pasaría en este caso, es que, no sólo buscan alguien que los reconozca como “tal”, sino que también se preocupan por su descendencia, así como su protección (en el caso de las mujeres por hombres musculosos). Existe además, y en la que muchos científicos se han concentrado, la atracción olfativa. Indagamos en el mundo de los olores, el más placentero. Ésta está más apegada a lo que sería una experiencia con un estupefaciente (aunque ya veremos que todas terminan de la misma manera). Pero la más viable, amenos en nuestra relación, es la pareja-prototipo.

Hemos dicho que el origen de la familia es el reconocimiento, y que es éste el que persigue el hombre hasta la muerte. Veo apropiado exponer que la búsqueda de la pareja se encuentra en este cuadrante, pues la familia siempre será la originaria del amor. ¿Amor y reconocimiento es lo mismo? No, diremos que el reconocimiento es el objeto y el amor el movimiento en potencia. Entre la madre y el hijo hay un mutuo reconocimiento como objeto de unión, y de éste surge (incondicionalmente) el amor (como necesidad o fuente alimenticia del reconocimiento). “Me reconoces como madre, por lo tanto te necesito para no extinguir (por lo menos) el sentido (en ese aspecto) de mi vida; Sin ti yo no sería madre”. Pero, antes de que te confunda y me meta en un problema, es sensato decir que el amor es complejo. Hace falta más factores, no sólo el reconocimiento; pero éstos los veremos poco a poco. Sin hacer más observaciones, masque las que hemos mencionado, puesto que encontramos diferentes reconocimientos y por lo tanto diferentes amores (maternal, paternal, fraternal) hablemos del como se da la pareja-prototipo.

1 comentario:

Dévorah KurnikobraX dijo...

Chamaco, me ha agradado de sobremanera tu texto, aunque más que reconocimiento, creo que lo correcto sería hablar del principio de legitimación.

Creo que se quedan muchos espacios huecos (normal en cualquier escrito), por ejemplo, cuando hablas de los lazos reproductivos, pues no olvidemos que gracias a San Agustín, podemos dejar esa tarea para los que la desean, hablando en mi caso personal, no me caracterizo por ser alguien que busque su media naranja, incluso soy de los que afirma nunca desear tener hijos.

O hablar de la familia como el amor primario (sorry, soy platónico).

En general me encantó, creo que has abordado este tema muy bien y de una manera muy particular y original, lejos de lo tradicional como cuentos, poemas y esas cosas; eso le da más sabor, lo hace nuevo e interesante, a eso, agrégale que la manera en que lo escribes te atrapa, lo hace ligero, fácil y accesible.

Creeo que es muy considerado de tu parte hacer de la filosofía algo no sólo de filósofos, sino accesible a todos, eso deberían de aprenderte los pseudo-intelectuales que abundan en la fac.